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A Propósito de “Veredicto final”

por  Jaime Llabrés Carbonell

El Cine americano se ha interesado desde sus orígenes en todos aquellos temas que o bien en una determinada coyuntura o a lo largo de su historia, han sido relevantes para su sociedad. Desde la Medicina hasta la Educación, pasando por la Bolsa, y aunque con muy desigual resultado, son numerosos los films que se han basado en su temática. Lo Jurídico no se ha quedado al margen y es el que, probablemente, mejores logros ha conseguido; aunque conviene delimitar dos conceptos: el género de cine jurídico que es muy amplio y el subgénero judicial de la que es ejemplo “Veredicto final”. Un juicio, un juez con prejuicios, un jurado popular, un perverso fiscal, un honrado defensor, una víctima inocente o maquiavélica…son excelentes bazas para conseguir que una historia mantenga vivo el interés del espectador.

Veredicto_final-564445355-largeLa lista de películas que tratan la temática jurídica, como indicaba antes, es interminable y cuenta con excelentes ejemplos en su vertiente judicial. “Anatomía de un asesinato” de Preminger, y “Testigo de cargo” de B. Wilder me confirmaron que toda obra de calidad pasa por ser entretenida, o dicho de otra manera, calidad y éxito comercial no están reñidos.

Son muchas las películas de temática jurídica que se han contextualizado en épocas pasadas, desde “Senderos de gloria” (1º Guerra Mundial), “La conspiración” (sobre el asesinato de Lincoln), “Sargento negro” (el lejano Oeste), “Amistad” (sobre la temática de la esclavitud)…repito, el muestrario es amplio y no quiero incurrir en discriminaciones…pero de todas ellas, hay tres que me dejaron huella y posiblemente ha sido porque las vi en una etapa de mi vida – y lo digo con cierta nostalgia- en la que mi capacidad de sorpresa era mayor: “Matar un ruiseñor” de R. Mulligan, “La herencia del viento” de S. Kramer, sobre el conflicto entre creacionismo y evolucionismo y por supuesto “Doce hombres sin piedad” de S. Lumet en la que se da la paradoja de que un miembro del jurado popular (H. Fonda) se haya convertido en el mejor abogado defensor de la historia del cine.

“Veredicto final”, considerada por el American Films Institute como uno de los cuatro mejores dramas judiciales de la historia del cine, supuso el regreso a los tribunales de S. Lumet que curiosamente había debutado en el cine en 1957 con la ya citada “Doce hombres sin piedad”. El autor acostumbrado a adaptaciones teatrales (“Panorama desde el puente”, “Piel de serpiente”), e iniciado en la dirección de guiones para la tv convierte la historia en una excelente película. En “Veredicto final” la cámara no se ceñirá a las deliberaciones del jurado, ni a sus humanas dudas, sino que seguirá las desventuras de un abogado, Frank Galvin (P. Newman en la frontera de su madurez), un perdedor, enfrentado a sí mismo y al mundo. Un puro personaje Lumet como lo son los de “Serpico”, “La noche cae sobre Manhattan”, “El príncipe de la ciudad”…

Desde la primera secuencia, F. Galvin, es presentado como una persona con la vista perdida en una máquina de pinball de la que es adicto como también lo es del alcohol. Los primeros planos del personaje son la pura estampa de la desolación. Errático, busca clientes hasta en los velatorios. Lleva años dando tumbos con su autoestima mermada tras varios fracasos consecutivos. En una palabra, como alguien dice en el film: “un predestinado al fracaso”. Desde entonces, un antiguo amigo, Morrissey (interpretado por J. Warden, que casualmente intervino en “Doce hombres sin piedad”) le pasa pequeños trabajos, fáciles, que le permiten sobrevivir. El de Kaye parece uno de ellos. Una joven en coma en un respetable hospital a consecuencia de una posible negligencia médica. El caso promete ser una rápida fuente de ingresos. Eso es también lo que piensa y espera la tribulada familia de la joven, ahogada por las deudas, que autoriza a Galvin a negociar una indemnización económica con la Archidiócesis de Boston, propietaria del hospital.

Los films judiciales suelen constar de dos bloques. El primero está construido procurando comentar en poco tiempo la mayor información posible, dar a conocer los hechos que se juzgan y también el factor humano. Así se puede pasar al segundo bloque consistente en el desarrollo del juicio. Lumet cumple la máxima del cine americano que más admiro: la habilidad de que como espectador me sumerja en la historia tras unas breves y precisas pinceladas. A partir de esa introducción y en excelente progresión: la citada presentación de Galvin, la impresión que le causa la visita a la paciente, su reunión con el abogado defensor y el juez, y…lo que hará posible el juicio: su rechazo a los 210.000 dolares de indemnización. Su argumentación es clara: “No puedo aceptarlo porque si lo hago estoy perdido, no seré más que un rico aspirante a la muerte”. De esta manera, un abogado destinado al fracaso, alcohólico y derrotado, se enfrenta a la maquinaria de los poderosos. En Galvin como en J. Travolta en “Acción civil”, J. Northan en “El caso Winslow”…hay algo más que un desafío personal; para ellos estos pleitos se transforman en una suerte de cruzada profesional en la que los molinos de viento lo constituyen las complejidades procesales, la presencia de grandes corporaciones…

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Durante el juicio, que Lumet dirige con la precisión y rigor adquiridos en sus años de trabajo en la televisión, surgen temas interesantes: el concepto de imprudencia y negligencia profesional, la corrupción presente en los médicos, las artimañas del abogado defensor, la hipocresía de la Iglesia…pero no menos interesante es cómo nos muestra los entresijos del juicio: su preparación, el ensayo de los interrogatorios, la búsqueda de los testigos, las conversaciones entre juez y abogado…

Cine y literatura se apoyan desde siempre en esquemas fijos, aunque admiten variantes. La de esta historia es simple: héroe en horas bajas que lucha contra el malo que está en connivencia con el poder y finalmente la victoria de la justicia. Correcto, pero en este caso, independientemente de que para mí – espectador y español de hace más de 30 años resultase fascinante asistir al proceso de un médico por negligencia- lo cierto es que Lumet consigue un buen film. En la secuencia final el protagonista aparece – como al principio- solo pero …con su dignidad recuperada y como sucede en las mejores películas de la época clásica americana, lo importante no es ganar o perder. Lo importante es el combate moral, el mismo que dirime Fonda en “Doce hombres sin piedad” y G. Peck en “Matar a un ruiseñor”.