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A propósito de UN LUGAR EN EL SOL

CARTEL UN LUGAR EN EL SOLDe niño, e incluso de adolescente nunca imaginé que aquellos señores y señoras que tenían la magia de hacerme vivir historias ajenas, de trasladarme a otros mundos estuvieran “interpretando”. Aparecían en la pantalla y en ella se comportaban, a mi ingenuo modo de ver, con una total naturalidad. Naturales y característicos eran sus andares (J. Wayne, H. Fonda…),  sus gestos y tics (Bogart, J. Stewart), la expresión de sus emociones (I. Bergman…). Posiblemente el truco consistía en que los personajes de aquellas películas eran buenos o malos, sin más. El gris era el color de la otra vida, la real; la de la pantalla era diferente. Parece que ni yo ni el cine –el que se me permitía ver entonces- no habíamos descubierto la ambigüedad. A medida que la sociedad y el cine evolucionaron y yo salí de la adolescencia, todo eso cambió. Los buenos dejaron de ser simplemente buenos y lo mismo ocurrió con los malos. Los que estaban de moda eran los personajes imprecisos, vagos, equívocos, turbios…y los perdedores.

Y llegó el momento en que descubrí que existía algo llamado “interpretación”. El Actor’s Studio, Stanislauski…Brando, Clift…me despertaron de mi “sueño”…y entonces empecé a “analizar” la interpretación, pero eso supuso perder algo de aquella magia, como lo fue ir descubriendo los trucos, las transparencias, la valoración de un primer plano o una panorámica, hallar el significado de un travelling…pero como bien dijo Garci: “nadie podrá ni conocer ni escribir la Historia  del cine, porque esa tendría que encuadernarse con las mágicas tardes de los programas dobles e imprimirse en el aire borroso de los recuerdos”. La cultura nos priva de la inocencia, de la ingenuidad que curiosamente nos hace disfrutar de tantas cosas sin necesidad de acudir a unas claves arrebatándonos  parte de la emoción. Entonces?

Todo eso viene a cuento de que al ver por primera vez “Un lugar en el sol” crucé probablemente el umbral que me llevó de la turbación pura, la fascinación a otra tamizada por la razón y la cultura. Así pues, la película, aparte del componente morboso que conllevaba cuando la vi (la censura fue implacable: mayores con reparos), se convirtió, con el paso del tiempo, en uno de los primeros filmes que me hizo reflexionar sobre diversos aspectos del mundo del cine: la interpretación, como he dicho antes, la soberbia utilización de los primeros planos, el eco del melodrama en el gran público…y las adaptaciones literarias al cine.

Son muy pocas las grandes novelas que han gozado de una buena adaptación (“El gatopardo”), contrariamente a eso, muy buenos filmes han salido de novelas mediocres. Creo que “Un lugar en el sol” se queda en un término medio. T. Dreiser publicó en 1925 “Un tragedia americana”, basado en un hecho real ocurrido en 1906, y G. Stevens (autor de “Raíces profundas”, “Gigante”…) hizo una correcta, maquillada y suavizada adaptación, ya que la crítica del “Sueño americano” y de la ambición económica como motor de la sociedad, evidentes en la novela, aparecen completamente diluidos en el film.

La película ganó seis Oscars y la trama  mezcla de drama, romance, thriller y documento sociológico, cuenta la historia de un joven pobre que, prometido a una rica heredera, es juzgado por muerte de una modesta chica a la que ha dejado embarazada.

El tema, el del joven arribista que aspira a más ha sido recurrente en el cine: “Un lugar en la cumbre”, “La heredera” (interpretada también por M. Cliff)…y muy posteriormente “Match point” de W. Allen que cuenta la misma historia de forma perversa y cínica al invertir los perfiles de los personajes femeninos y convertir a la muchacha modesta- trágica víctima- en una hermosa y sensual S. Johansson, mucho más atractiva que la joven millonaria, con lo que se hace más patente la ambición del personaje. Los mismo sucedía en la novela de Dreisen, maquillada como decía antes, por G. Stevens, que inversamente convierte a la millonaria en una fascinante joven, interpretada por una L. Tayler en todo su esplendor y que abre al protagonista las puertas a un mundo en el que siempre luce el sol, en contraste con el mundo gris vulgar y prosaico que le ofrece S. Winters. Así no es difícil que el espectador tome partido por el protagonista, que da más la sensación de una víctima inocente del destino por querer acceder a una vida mejor que la de un joven sin escrúpulos.

El final “apropiado” en el cine de Hollywood ha motivado que numerosas películas lo hayan sufrido y que  directores, con mayor o menor fortuna, lo hayan tenido que asumir. Fritz Lang lo experimentó en “La mujer del cuadro” a lo que hay que añadir los “arreglos”, “afeites” que han padecido numerosos films, sin contar luego con la absurda censura española de la época. El caso de  “Mogambo” es sobradamente conocido. “Un lugar en el sol” es un buen ejemplo de todo ello y satisfizo al sistema que anteriormente había rechazado, horrorizado, un guión del ruso Einsestein, que vio en la novela, la posibilidad de una crítica frontal al sistema capitalista americano.

  1. Stevens consideró el tecnicolor completamente inadecuado para contar la historia y optó por el blanco y negro al que Mellor sacó el máximo partido con contrastes de luces y sombras en la mejor tradición del cine negro: los luminosos que rodean el mundo de ensueño de Angela (L. Taylor) contrastando con los de Alice (S. Winters). La historia, la interpretación, la fotografía y la partitura de Wazman (“Rebeca”) consiguen crear un excelente melodrama que sigue funcionando especialmente por la gran interpretación de los protagonistas. De ellos se puede afirmar lo que alguien dijo: “Esa gente solo ha muerto. Nada más. La realidad, ay, es algo insignificante si se la compara con la magia del cine.”

por Jaime Llabrés Carbonell