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A propósito de ‘El mundo en sus manos”

Este es un comentario deliberadamente subjetivo. A lo que más se parece es a un artículo de recuerdos, se trata de –como en otros de mis escritos- recuperar mi memoria cinematográfica o lo que es lo mismo mi niñez. Pretendo que sea una evocación –el análisis termina por destruir el hechizo de lo descrito- que rescate la huella que a los 11 años dejó en mí una extraordinaria película y como dice Savater en su sugerente libro: “La infancia recuperada”: “Si yo supiera contar una buena historia la contaría, como no sé, voy a hablaros de una de las más bellas y mejores historias” que he visto, añado yo. Se trata de “El mundo en sus manos” de R. Walsh, ejemplo de romanticismo plasmado en hermosas imágenes.

En la época en que la ví por primera vez, el cine tenía bastante de magia: se apagaban las luces, se amortiguaban las voces y se hacía el milagro. Se iniciaba el hechizo, la pantalla lo era todo y hubo películas que tuvieron la intensidad y la capacidad de “raptarme”, de suspender la realidad y transportarme a un mundo distinto. Años después he comprobado que ese don es lo que hace grande a una buena película, sea del género que sea: musical (“Cantando bajo la lluvia”), negro (“Los sobornados”), western (“Horizontes lejanos”), drama (“Casablanca”)….películas que, por otra parte, incluyen valores como la amistad, la lealtad, el honor, el espíritu de sacrificio, la aventura, género al que pertenece “El mundo en sus manos”. Ningún otro género cinematográfico ha dependido tanto de antecedentes literarios como las películas de aventuras, que desde sus orígenes ejemplificaron el placer de contar atractivas historias de novelistas como: Stevenson, Conrad, Salgari, Melville, Zane Grey….y no es extraño que los que pertenecen a mi generación se iniciaran en la galaxia Lumière antes de pasar por la no menos atractiva galaxia Gutenburg.

el mundo en sus manos

Quizás el género cinematográfico con más imprecisos contenidos y límites sea, precisamente, el de aventuras, puesto que sus zonas fronterizas aparecen entremezcladas con la de otros géneros mucho mejor delimitados. Resulta, pues, difícil una definición de este género que básicamente ha adoptado las maneras y la estructura de la narrativa clásica, esa que se caracteriza por el puro placer de contar una historia de acuerdo con el esquema de: planteamiento, nudo y desenlace, considerando el placer de la narración como un noble fin en sí mismo. Buenos ejemplos de ello son “Tres lanceros bengalíes”, “El halcón y la flecha”, “Robín de los bosques”, “El prisionero de Zenda”….

Si algo destaca en el cine de R. Walsh –el menos valorado de los grandes clásicos y uno de los más románticos- es haber sabido trasladar a la pantalla el sentido de la aventura en su más amplia acepción: “El hidalgo de los mares”, “Gavilanes del estrecho”…La historia de “El mundo en sus manos” es un buen ejemplo de cómo un tema que podría haber dado lugar a un panfleto en manos de otro, se convierte en una magnífica obra llena de vitalidad, y reivindicativa del respecto a la naturaleza y del amor a la libertad.

Cineforum el mundo en sus manosLa película, adaptación de la novela homónima de Rex Beach, contiene y cuenta muchas historias: el propósito de J.Clark (J.Peck) de comprar Alaska a los rusos, la rivalidad no exenta de humor y deportividad entre J.Clark y el Portugués (A. Quinn), la caza de focas en las islas Primilof, la impresionista descripción de una pintoresca San Francisco…y la historia de “amor fou” (seguro que hizo las delicias de Truffeaut) entre J.Clark y la condesa rusa Marina (A. Blyth). El film es la quintaesencia del arte narrativo y reúne los rasgos característicos del universo del autor: impulsos primarios de los personajes (estupendo el enfrentamiento entre las tripulaciones de los protagonistas), su tono socarrón (presente en casi todo el film, especialmente en la secuencia de la frustrada boda), su continuo dinamismo…Todo ello unido a imágenes imborrables como las de la competición entre las dos goletas, o las de Marina, en el restaurante ruso, evocando a su país. La imagen final, ellos dos abrazados y con las manos en el timón de La Peregrina y que da sentido al título, merece estar en una antalogía de las mejores imágenes del cine. Todo ello me confirma que prácticamente en todas las películas de R. Walsh, existen momentos privilegiados que nunca se me han borrado: la muerte de J. Cagney en las escalinatas de una iglesia en “Los violentos años 20”; la despedida de Flynn y H. De Havilland en “Murieron con las botas puestas”; las placas identificativas de los soldados muertos en “Objetivo Birmania”…

Muchos críticos, llenos de prejuicios, han desestimado obras como la que comento olvidando que la sociedad necesita tanto en el plano de la ficción (cine) como en el de la vida real (por ejemplo deportistas) héroes compensatorios para hacer más soportable la mediocridad y las frustraciones de la vida cotidiana. Evasión lo llaman despectivamente algunos.

Sin embargo conviene recordar que grandes películas de aventuras han constituido toda una escuela de formación de valores y sus héroes- como ya he indicado- se han convertido en paradigma de todo un repertorio de actitudes éticas y morales: sentido del deber, de la amistad y de la justicia, de la lealtad y de la generosidad, de la capacidad de sacrificio…e incluso en el caso de “El mundo en sus manos” de un precedente del tan de moda hoy ecologismo.

“Tardes de cine” que educaron la sensibilidad de varias generaciones, la mía por supuesto y sin ninguno de los efectismos, truculencias y escabrosidades del mundo de hoy. En resumen, pura pedagogía hecha de hermosas imágenes, sensaciones, emociones, sueños…Qué grande es (era) el cine!! Esta nueva visión, que espero no sea la última, me ha permitido rescatar aquellas lejanas tardes de cine constatando que la magia y el hechizo que sentí todavía perduran a pesar del paso de los años, por lo que como deudor me siento obligado a escribir sobre éste y otros films para que su recuerdo no se me pierda en la inmensidad de ese cruel invento llamado tiempo.

Jaime Llabrés Carbonell