La primera película que vi de un director que mucho después supe que se llamaba V. Minnelli fue una comedia: “El padre de la novia” y la vi en un cine de barriada en un programa doble y de sesión continua, como se llamaba entonces a una modalidad de programación tan olvidada hoy como lo es el desaparecido cine donde se proyectaba. Las razones por las que aquellas películas de mi infancia y adolescencia me causaban una gran impresión eran dobles. Por un lado residía en mi capacidad de sumergirme en las imágenes que se proyectaban aunque nunca llegué al extremo de la protagonista de “La rosa púrpura del Cairo” y por otro, porque estas imágenes, como he dicho otras veces, llegaban a tener más fuerza que la gris y monótona realidad en la que vivía y desde luego…eran más apasionantes. En este sentido, “El padre de la novia” no tuvo, por supuesto, el impacto, que tuvieron en mí otros films de la época: “El enigma de otro mundo”, “La jungla en armas”, “Cadenas rotas”…y tantas otras cuyas imágenes todavía recuerdo nítidamente.
Posteriormente y ya con otra perspectiva he visto otras obras del autor pertenecientes a géneros diversos: musical (“Un americano en París”, “Gigí”, mi mejor musical), comedia (“El noviazgo del padre de Eddie”, el cine de Hollywood ( “Cautivos del mal”, “Dos semanas en otra ciudad”) y el melodrama, género en el que ha rodado excelentes obras: “Con el llegó el escándalo” y “Como un torrente”, adaptación de dos voluminosas y aceptables novelas. No deja de ser curioso lo difícil que resulta que una gran novela sea llevada al cine con idéntica calidad. Lo ha conseguido Visconti con “El gatopardo” y “Muerte en Venecia”. James Jones, el novelista de “Como un torrente”, contemporáneo de la Generación perdida americana, ha tenido la fortuna de contar con adaptaciones extraordinarias que superan sus novelas originales. “De aquí a la eternidad”, dirigida por Zinnemann y “La delgada línea roja” de Malick son dos claros ejemplos de ello, como también lo es “Como un torrente” que Minnelli adaptó en 1958.
En el cine americano conviven dos visiones radicalmente distintas de captar la realidad. Unas veces, autores como F. Capra muestran una sociedad amable, llena de valores en la que está presente el ideal americano. Otras, los autores, en un implacable análisis de la realidad, hacen una crítica del sistema de vida americano: “Un lugar en el sol”, “American beauty”…”Como un torrente” está en esta línea y Minnelli logra una despiadada disección de la clase media alta americana en la que queda expuesto su fariseísmo, su arribismo, su egoísmo e inmoralidad.
La llegada a su ciudad natal, dieciséis años después, de Dave (Sinatra), novelista en crisis, y las relaciones con la familia de su hermano y con otra de la llamada buena sociedad, se convierten en el pretexto para desenmascarar toda la hipocresía de una pequeña localidad. Sin embargo como lo mejor para mí, es la relación que Dave mantiene con dos mujeres diametralmente opuestas: Gwen (M. Hyers) intelectual, fría y temerosa de sus emociones y Ginny (S. Mclaine), ingenua y vulnerable prostituta, cuya autenticidad y sentimientos logran desbordar a Dave y al resto de personajes.
El cine como la literatura está lleno de frases lapidarias que han llegado a formar parte de la cultura popular. Además de “Nadie es perfecto” (“Con faldas y a lo loco”) lo cierto es que son numerosas las que han quedado grabadas en mi memoria y de ellas son las que hacen referencia a una relación amorosa las que recuerdo mejor: “Siempre nos quedará París” (“Casablanca”), “Si me necesitas silba” (“Tener y no tener”), “A cuántos hombres has amado? A tantos como mujeres has olvidado tú” (J. Guitar), “Nací cuando me besaste. Morí cuando me dejaste. Viví sólo semanas cuando me amaste” (“En un lugar solitario”)…Hay una frase menos cinematográfica y retórica pero que implica toda una lección sobre eso tan manido y de difícil explicación que se llama amor y que “Como en un torrente” pronuncia Ginny, la prostituta. Dave después de leerle su novela, le reprocha no haberse enterado de nada, de no haber comprendido una sola palabra, a lo que ella responde: “No, no he entendido nada, pero es tuya y me gusta, tampoco te entiendo a ti y te quiero”. Después de haber leído numerosos, y a menudo fatigosos y plúmbeos, ensayos sobre el amor, una sola frase, la citada antes, lo resume mejor que ninguno.
La síntesis que hace Minnelli de la voluminosa novela acrecienta los elementos del folletín: sociedad hipócrita, muchacha de la calle auténtica y generosa, que sacrifica su vida por la persona a la que ama, amante despechado…a pesar de todo ello, el director sabe destacar lo esencial, trascender la anécdota, y como es habitual en su cine, utiliza el decorado como proyección de los personajes. “No se puede aislar a los personajes de su contexto” de ahí la contraposición de dos mundos: la mansión de su hermano, la casa de Gwen , el club social…y por su contra el bar Smithy’s, los garitos de juego…decorados que tienen incluso su prolongación en el vestuario: Ginny con colores chillones y violento maquillaje, la secretaria del hermano retratada con grises fríos, apagados…Pocos autores han utilizado mejor el color y la luz al servicio del contenido emocional de la historia, lo cual queda patente en la secuencia final de la persecución con un montaje diferente y una iluminación expresionista en la que juega con el rojo para expresar la explosión de la violencia, a lo que ayuda la banda sonora de Bernstein.
Aunque unas líneas antes he recordados frases famosas, siempre he defendido que más valiosas que ellas son, al menos para mí, los silencios o los gestos. En la secuencia final, en el cementerio, el gesto de Bama (el amigo de Dave) al quitarse el sombrero, por primera vez en el film, explica mejor que mil palabras, su asombro y respeto por una mujer, Ginny, a la que injustamente había infravalorado durante toda la película. Hermoso gesto final.
Jaime Llabrés Carbonell