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A propósito de Ciudadano Kane

F. Truffaut dijo: “Pertenezco a una generación de cineastas que decidieron hacer películas después de haber visto Ciudadano Kane”. Y por si estas palabras no fueran suficiente, en “La noche americana”, homenaje al cine y a sus cineastas preferidos, le rindió otro particular homenaje: las imágenes de un niño robando fotos de la película. De todos modos, no deja de ser sorprendente. Porque cuando le preguntaron a Orson Welles sobre el cine dijo: “Ford, Ford, Ford” y se cuenta que antes del rodaje de “C. Kane” había visto unas cuarenta veces “La diligencia”. Barroquismo (Welles) y clasicismo (Ford) se dan la mano. Misterios del arte.

Cada diez años, la revista inglesa “Sight and Sound” elabora una encuesta sobre los diez mejores films de la historia del cine, y desde su inicio en 1952, “C. Kane” había copado el primer lugar. Hace dos años fue desplazado al segundo, el primero correspondió a “Vértigo” de A. Hitchcock. Cada espectador puede aportar su particular lista de mejores films, de aquellos que considera imprescindibles, y como todo lo personal, será subjetiva. Existen veinte o treinta películas que pueden ocupar el primer lugar. La mejor? No lo sé, tendría que contestar desde mi subjetividad. El corazón o la razón. Con el corazón, con los sentimientos, en literatura: “David Copperfield”, “Madame Bovary”…  con la razón “Ulisses”, “Los monederos falsos”…Con el corazón en el cine “Centauros del desierto”, “Solo los ángeles tienen alas”, “La gran ilusión”, con la razón “Fanny y Alexander”…Por otro lado está la mirada. La mirada con la que de niño gocé las aventuras de Sabú en “El ladrón de Bagdad”, me estremecí con “King Kong”, viví las aventuras del hombre de Boston con “El mundo en sus manos”…esa mirada dispuesta a creer todo lo que se proyectaba en la pantalla, no era la misma con la que años después vi “C. Kane”. El análisis crítico, la cultura, la formación? me habían enriquecido, pero a la vez me habían despojado de la capacidad de fascinación, de asombro que aquellas otras películas me habían producido.

Año 1941, un joven de 25 años, sin apenas experiencia en el mundo del cine, dirige su ópera prima. Prácticamente los mismos de Truffaut cuando rueda “Los 400 golpes”. Sin embargo, en la historia del cine, la repercusión será muy diferente y sus consecuencias también. “El jarama” es una obra que marca un momento en la historia de la novela española, como “Ulisses” en la Universal, pero desde su publicación he releído “El camino” de Delibes y “El factor humano” de Greene pero no “El jarama” o el “Ulisses”.

Orson Welles que había asombrado con la emisión radiofónica de “La guerra de los mundos”, firmó un contrato con la R.K.O. para dirigir dos películas. Ya en Hollywood empieza a trabajar en la adaptación de “El corazón de las tinieblas” de J. Conrad , novela que habla del misterio de un hombre poderoso y legendario al que sólo conocemos por lo que otros han contando de él; anticipo de la estructura de “C. Kane” y leit-motiv que inspiró el “Apocalipsis Now” de Coppola. El carácter ilusorio de las imágenes, la no inmediatez de su desciframiento, la dificultad de no hallar una certeza, la complejidad y ambigüedad de la mirada…eran suficientes ingredientes para ilusionar a Welles. La vida del protagonista de la novela, como sucederá en “C. Kane”, sólo puede ser construida desde el exterior, ensamblando las piezas como si de un puzzle se tratara,   a partir de la información, que por una razón, en este caso, periodística va rescatando para los espectadores un periodista.

Un anciano fallece en la primera secuencia del film pronunciando una sola palabra: Rosebud. Esta servirá de McGuffin, a la manera de Hitchcock, para justificar la estructura adoptada por la narración; el relato se articulará a partir de una investigación periodística que buscará identificar el sentido preciso de esa palabra. Rosebud es presentado en el film como un vocablo que nadie, a excepción del espectador, en el interior de ese relato habrá oído. Y será sólo él que descifrará al final, el misterio que encierra. Esa última palabra es una metáfora de la infancia perdida. “El corazón de las tinieblas” y “C. Kane” comparten una misma hipótesis, según la cual, la última palabra desvelará el sentido de una vida. Welles invierte el orden y sitúa la escena de la muerte y la palabra al comienzo.

Según Borges, “C. Kane” tiene dos argumentos “el primero de una imbecilidad banal. Un millonario, que lo ha tenido todo, descubre en el momento de su muerte que lo único que anhela es un viejo trineo, recuerdo de una infancia perdida, que no ha disfrutado. El segundo, policial y psicológico, es la investigación de la personalidad de ese hombre a través de sus obras y palabras”. Creo que esto, lo mejor, sin duda, para mí, es lo que motivó a Welles: la acumulación de fragmentos de la vida de un hombre y su invitación a combinarlos para reconstruirlo. Pero como sucede en uno de los cuentos de Chesterton observamos que nada es tan aterrador como un laberinto sin centro. Así pues, la multiplicidad de perspectivas que Kurosawa reprodujo años después en “Rashomon”, es lo que importa.

La película, dirigida en el 41, marcó, dicen los críticos, un antes y un después. Es el gozne entre el cine clásico y el moderno. Su profundidad de campo, las posiciones de la cámara, la diversidad de imágenes, los juegos de luces y sombras derivadas de su gusto por el expresionismo alemán, las elipsis, memorables algunas de ellas, como la que muestra el deterioro entre Kane  y su esposa…todo ello no hace sino redundar en lo que se ha dicho acerca del film. Y convendría no olvidar que Orson Welles tuvo la suerte o la inteligencia de contar con la fotografía de Tolland, la banda sonora de Herrmann y el guión de H. Mankiewicz (único Oscar a la película). Casi nada. Y a eso añado la incorporación al rodaje de sus amigos del Mercury Theatre, neófitos en el cine y que hacen unas notables interpretaciones.

Y Hearst, trasunto de Kane? Magnate de la prensa amarilla competidor de Pullitzer, al que se atribuye la frase: “Usted ponga las ilustraciones y yo me encargaré de la guerra”; el boicot a la película…creo que todo eso que posiblemente ayudó a la mitificación del film es, sin embargo, accidental.

Welles como otros en el terreno de la literatura y el cine, superó con su primera obra todas las expectativas. Lo logró con una perfecta conjunción entre fondo y forma. Después le sucedieron: “El cuarto mandamiento”, “Sed de mal”, digno colofón del cine negro clásico, “La dama de Shanghai”, sus adaptaciones de Shakespeare: “Macbeth”, “Otello”, “Campanadas a medianoche”…

Entonces…vuelvo al inicio del artículo. La película. Gran película. La mejor? No sé. Marcó un antes y un después? Quizás, como otras: “El nacimiento de una nación”, “El acorazado Potemkin”…películas de las que todos hablan y muy pocos han visto dos veces. Quedan por otra parte: “Amanecer” de Murnau, “M” de Lang, “La gran ilusión” de Renoir… y todas aquellas, que no son pocas, que durante los noventa minutos de proyección me han confirmado que el arte, el cine puede, sorprender, anticiparse a su momento al tiempo que, y eso es para mí prioritario…EMOCIONAR. En una palabra, convertirse en ese arte, ese cine, con el que nunca me he sentido solo.

                                                                                                       Jaime Llabrés Carbonell