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A proposito de…

LA NOCHE AMERICANA

Cine, cine, cine, cine, más cine por favor, que toda la vida es cine, y los sueños, cine son.

                                                                                                                                           (L.E.Aute)

F. Truffaut  productor, director, actor, guionista, crítico, fue un cinéfilo empedernido y un apasionado del cine que vio cumplido su sueño: contar historias en movimiento. “La noche americana”, decimotercera obra en su filmografía y que precede a dos fracasos comerciales, es su particular homenaje al cine, como lo fue “Fahrenheit 451” para la literatura, sin contar pequeños homenajes como la vela encendida ante la foto de Balzac en “Los 400 golpes” …Cine y literatura que para él representaban tanto como la vida misma. Ya en el 49 escribió: “No suelo mirar el cielo mucho tiempo porque cuando vuelvo a mirar hacia abajo, el mundo me parece horrible”. El cine fue como para muchos otros, refugio para una difícil niñez y para una no menos problemática adolescencia.

“La noche americana”, film coral, es pues, como decía, un nostálgico pero no melancólico homenaje al cine, no sólo al cine como arte, sino al cine de siempre, al americano (no olvidemos el mismo título de la película: la noche americana es el nombre que recibe el truco de rodar escenas nocturnas en pleno día), homenaje al cine que nos hace reír, llorar y amar, al cine como medio para contar historias que en definitiva, nos emocionan y entretienen.

Así como existe una metaliteratura, también el cine en múltiples ocasiones ha reflexionado sobre el fenómeno cinematográfico. Desde “The big Swallow” de Williams en 1899, el cine nos ha mostrado desde la vida de productores (“Cautivos del mal”, “El último magnate”), guionistas (“Barton Fink”), actores y actrices devorados por la fama, famosos que añoran tiempos mejores (“El crepúsculo de los dioses”, “Qué fue de Baby Jane?”), el rodaje de un film (“Cazador blanco, corazón negro”, “RKO 281”), el paso del mudo al sonoro (“Cantando bajo la lluvia”), su poder de sugestión (“La rosa púrpura del Cairo”) y nostálgicamente la fascinación que nos despertaba en nuestra niñez (“Cinema Paradiso”). “La noche americana” cuenta los preparativos del rodaje de un tópico guión melodramático en Niza. El director juega doblemente con la realidad y la ficción y así los problemas “reales” de los actores interfieren en la historia de la filmación. De esa forma, al tiempo que muestra los distintos elementos del rodaje: la dirección, la interpretación, la dirección, la fotografía, el sonido….muestra también al espectador lo que sucede entre bambalinas, los dramas entretejidos y la vida cotidiana de los actores del equipo de rodaje. Algo que también hizo con el teatro en “El último metro”, siete años después. Es decir, una obra producto de la intervención de muchas personas; un caos controlado que únicamente cesa, como por arte de magia, ante la palabra “acción”.

La película a partir de la dedicatoria a LL. y D. Gish, divas del cine mudo, está llena de guiños al mundo cinematográfico: J.P.Aumont hace referencia a Hollywood donde trabajó, J. Bisset recuerda una persecución automovilística , quizás la de “Bullit”, película en la que trabajó, el paquete de libros quie recibe el director Ferrand interpretado por F. Truffaut en el que aparece portadas de nombre como Lubitsch, Hitchcock, Rosselini, Hawks…sus autores preferidos a los que rindió tributo en su libro: “Las películas de mi vida”, encarnaciones de su cine ideal y por supuesto su sueño en el que un niño roba durante la noche unas fotos de “Ciudadano Kane”…Con todos estos pequeños homenajes parece completar aquella máxima de Renoir: “la vida siempre es mágica”, añadiéndole una condición: “pero en el cine”.

Truffaut dice respecto a la película: “Me han preguntado cien veces este año: ¿no tiene miedo de haber arruinado el misterio de un oficio que usted quiere tanto”? y cada vez les he respondido que un aviador puede explicar todo lo que sabe sobre pilotar un avión pero nunca conseguirá desmitificar la maravilla de volar”…En definitiva, el lema del autor igual que el de Ferrand en “La noche americana” era: “que reine el cine”. Para él, el cine era la vida. Para el cine vivió y gracias al cine sigue hoy vivo. El recuerdo de la foto fija final del pequeño Antoine en “Los 400 golpes”, el descubrimiento del poder del libro que hace Montang en “Farhenheit 451”…son suficientes para probar que la inmortalidad es posible gracias al arte. En este caso del arte cinematográfico.

 

                                                                    JAIME LLABRÉS CARBONELL