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LOS PUENTES DE MADISON

El amor es el dolor de vivir sin el ser amado

 

Un hombre y una mujer pero lejos del almibaramiento de “Un hombre y una mujer” de Claude Lelouch. El azar de “La vida en un hilo” de Neville. Una estación de tren: “Breve encuentro” de David Lean. Es imposible no acordarse de ese gran film, no solo por su historia, desarrollo y desenlace, sino también por la voz femenina en off que nos relata su experiencia. Años más tarde tuvo una remake: “Enamorarse” de Grossbard. En color. La intérprete de esta última, Meryl Streep, la misma que “Los puentes de Madison”. El tema casi idéntico. Matrimonios invadidos por la rutina. Ellos, él y ella, coinciden en el momento exacto de sus vidas. El encuentro inesperado, da pie a la curiosidad, esta al conocimiento y este a la evidencia de algo que ya se ha perdido (si es que en alguna ocasión ha existido) en la cotidianedad de la vida conyugal: la espontaneidad, el placer de la confidencia, el humor y la emoción. Las tres películas con un “triste final feliz”. Tan precioso y amargo en “Los puentes de Madison”, como en la memorable: “Un extraño en mi vida”.

La primera secuencia del film, recrea magistralmente la situación anímica de Francesca, una maestra italiana “trasplantada” por su matrimonio a Iowa. Junto a la mesa de la cocina todos hablan, participan, Francesca. M. Streep, por su parte sigue, aunque ausente, con gestos las palabras de su marido y de sus dos hijos. Su insatisfacción es palpable. C. Eastwood etiquetado como actor y autor duro se enamoró del best-seller de J. Waller y por supuesto de M. Streep y consigue un romántico melodrama en el que afloran progresivamente las emociones y sentimientos sin caer en los fáciles efectos melodramáticos, consiguiendo algo difícil: superar el aforismo que dice que ante una obra romántica o no llegas o te pasas.

C. Eastwood por debajo de este corsé, como decía antes, de cineasta duro y sin concesiones, ha dejado, sin embargo, a lo largo de su filmografía pruebas de su sensibilidad, lirismo, de su capacidad para recrear emociones y compartirlas con el espectador. Los últimos planos de “Million Dollar, Baby”; algunas secuencias de “Un mundo perfecto” y de “Mystic River” e incluso de su crepuscular western: “Sin perdón”.

Los flash-backs a través de los que se nos cuenta la historia: la lectura del diario de Francesca por parte de sus hijos, aunque me distrae y molesta al comienzo, me confirman a medida que avanza la película que no son sólo un pretexto sino el contrapunto, a veces sarcástico, que permite a sus hijos un cambio de actitud no sólo con respecto a lo que descubren de su madre sino con sus cónyuges. La película, ambientada en Madison County, un bucólico y solitario rincón de Iowa, en 1965, no plantea el típico flechazo, hay un progresivo enamoramiento: el primer roce en la furgoneta, la curiosidad de ella al revolver en la mochila de él, la cena distendida en la cocina que le permite a ella descubrir a un hombre que está en las antípodas de su marido… ella sola en la mecedora consciente ya de la atracción, fascinación por el recién llegado (el golpe de viento levantando su falda) ; su nerviosismo al regresar de noche al puente para dejar una nota y abrir por tanto la posibilidad de un nuevo encuentro…Una Meryl Streep extraordinaria (nominada al Oscar) nerviosa, llena de gestos, de manos que se mueven incesantemente…compone el perfil de una ama de casa insatisfecha que va trasformándose a medida que avanza la película y se hace realidad su deseo. Bellísimo el plano en el que mientras atiende el teléfono, pasa la mano por cuello de la camisa de Robert.

El desenlace. Regresan marido e hijos. ¿Qué es lo que impide a Francesca tomar la decisión que el espectador desea?. La llegada de su familia hace patente el dilema en el que ella se debate. En el porche amaga una forzada sonrisa de bienvenida, mientras sus ojos, sin embargo, se vuelven hacia la carretera solitaria por donde se ha marchado él. Podría haber sido un excelente final pero el director lo prolonga dándole una vuelta de tuerca. Los planos de ella en el coche, su indecisión, su mano en la manivela de la puerta, no hacen, aparte del suspense que provocan sino confirmar lo que ya habíamos intuido. La presencia de la lluvia hace el final más demoledor.

En definitiva C. Eastwood nos narra la historia de dos seres que se conocieron, se amaron y pasaron juntos cuatro días que cambiaron el resto de sus vidas. El film recuerda, en suma, que el amor es como una guerra, fácil de iniciar, difícil de terminar, imposible de olvidar.

Jaime Llabrés Carbonell